Agorafobia, cuando la mente te impide salir de casa

Lourdes Velasco (EFE)
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El miedo desproporcionado a abandonar el espacio donde se sienten seguros es un problema para muchas personas, más tras la pandemia

El estado de alarma y el confinamiento de 2020 forman ya parte del recuerdo para casi todos, pero aquella situación ha dejado en muchas personas huellas emocionales de las que aún se siguen recuperando, incluido un miedo desproporcionado a salir de casa. A aquel encierro le siguieron  meses y meses de subidas y bajadas en el número de infectados, que conllevaron también más o menos limitaciones a las actividades que los ciudadanos podían hacer y que han dificultado mucho las relaciones sociales.

Hay quien, dos años después, todavía afronta con mucha angustia cada vez que tiene que salir de su casa. Aunque no hay datos disponibles, los expertos sostienen que en este tiempo han crecido los afectados por la agorafobia.

Según explica la psicóloga clínica Inmaculada Villena, los pacientes tienen un miedo extremo a salir de su hogar porque ese es el entorno en el que se sienten seguros. Lidian con el nerviosismo, mareo o las náuseas que les causa el miedo a no poder escapar, a sentir vergüenza o incluso a morir. Esas sensaciones las conocen bien los pacientes de agorafobia. Para Ángela la pandemia ha sido un mazazo añadido. Esta joven sevillana tuvo su primer episodio hace siete años, cuando tenía 17. Empezó con mareos, nerviosismo y una sensación constante de sentirse juzgada que le impidió seguir con rutinas como la de ir al instituto.

«La cosa llegó a un punto en el que me costaba muchísimo salir de mi casa. No podía ir sola ni a comprar el pan. Me daba pánico vomitar, desmayarme, y que todo el mundo me mirara. Es un miedo irracional», explica esta joven.

Con ayuda médica logró normalizar su situación y gestionar poco a poco sus miedos, hasta que el confinamiento la volvió a zarandear: de repente -recuerda- vivía en el «paraíso». Ya no tenía que hacer ningún esfuerzo para salir de casa porque estaba prohibido para todo el mundo. Pero cuando aquello terminó y todos los demás salieron a la calle sin problemas, Ángela volvió a tener la sensación de que irremediablemente algo malo le iba a pasar cuando salía de casa, de modo que solo podía hacerlo acompañada. «Y no de cualquiera», precisa, porque únicamente se atrevía a salir de la mano de su madre o de personas muy, muy cercanas.

Ahora está bien, pero explica que en el momento en el que tiene un poco de ansiedad todo le supone un gran esfuerzo. «Me cuesta ir al supermercado, un centro comercial o ir a una fiesta con mucha gente. Lo hago porque quiero tener una vida normal», explica.

Inmaculada Villena, psicóloga y codirectora de Espacio Psicólogos, asegura que prácticamente todas las personas se han visto dañadas de una manera u otra por el confinamiento, pero que esos tres meses afectaron de manera muy especial a quienes ya padecían antes problemas de salud mental.

«En el primer momento no sabíamos lo que estaba pasando, estábamos todos encerrados y bastante asustados. Ese susto se agranda para quien ya antes tenía una patología previa como miedos, hipocondrías o trastornos obsesivos. El confinamiento los multiplicó por cien. ¿Cómo se desmonta en medio de la pandemia el pensamiento obsesivo de alguien que ya previamente no podía dejar de lavarse las manos?», contextualiza.

El peligro está fuera 

Esa misma sensación de «autoafirmación» tuvo Susana, una enfermera portuguesa de 35 años que lleva lidiando con trastornos de ansiedad y agorafobia casi una década. Los tres meses de confinamiento y en general la pandemia le causaron además depresión y estrés postraumático.

«En ese momento era objetivo que era peligroso salir, porque había una pandemia y un virus que no sabíamos cómo se contagiaba, pero yo lo viví como un éxito, como si mi cabeza hubiese ido por delante de todos y el tiempo me estuviese dando la razón porque el propio Gobierno estaba pidiendo a la gente que no saliese de casa», explica Susana.

Paradójicamente, cuando todos estábamos encerrados, ella tenía más fuerza para salir. «Sentía alivio. No había gente en la calle, no había tráfico, no había ruido, no había nada», resume. El problema vino cuando terminó el estado de alarma y ya se podía salir a pasear. «Se habían reforzado mis ideas de que había peligro en la calle, me costaba andar con la mascarilla y me faltaba el aire por la ansiedad. Recuperarme del confinamiento me ha costado muchísimo. Fue como volver a empezar otra vez», resume.

Susana es enfermera de profesión. Intentó buscar trabajo y tuvo que lidiar con ataques de pánico y con la culpa porque solo pudo cumplir con él durante 15 días y a costa de medicarse muchísimo. «Me decía a mí misma: soy una fracasada, no puedo aguantar un trabajo, no sirvo para nada, no tengo remedio y voy a estar así toda mi vida», recuerda.

Ella misma es consciente de que cuando su ansiedad se dispara, el catastrofismo la lleva a observar en cualquier lado un riesgo de muerte. «Imagínate cómo viví la pandemia», pide poniendo como ejemplo esta situación que vivió al aire libre, en plena naturaleza.

«Hace un año, como regalo de cumpleaños, me fui de viaje a los Pirineos. Tenía muchas ganas. Cuando estaba ahí tuve un ataque de ansiedad brutal porque veía las montañas tan grandes que pensé que se iban a caer encima de nosotros. Entonces me di cuenta de que no tenía cobertura en el móvil y de que no iba a poder llamar al 112. Fue un caos».

Además de la ansiedad, Susana ha sufrido tras el confinamiento una depresión y estrés postraumático. Dice que le causó mucho dolor el aislamiento social: durante largo tiempo no pudo viajar a Portugal para visitar a sus familiares y amigos, y los contactos con su círculo cercano cayeron en picado. Estuvo meses sin dormir con su pareja ni acercarse a ella.

Falta de sociabilización 

La psicóloga clínica Inmaculada Villena sostiene que la falta de contacto social, bien sea por el miedo o por los confinamientos, ha generado un clima social depresivo. «Casi todo el mundo, de alguna manera, ha estado afectado, mucho o poco. No quiere decir que cuando uno tenga ciertos síntomas de tristeza desarrolle un trastorno, pero sí ha habido un fondo depresivo y las ansiedades han aumentado mucho», resume.

Susana tiene ahora una discapacidad temporal y parcial y aspira a tener una vida mínimamente normal, lo que para ella es sinónimo de «no estar con la cabeza siempre a mil con la ansiedad y la angustia todo el tiempo y vivir de una forma más relajada, más liviana».

Aunque a raíz de la pandemia se habla más de estas cuestiones, Susana y Ángela se quejan de haber sido estigmatizadas por padecer problemas de salud mental.