Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


En el centenario de la muerte de Marcel Proust (II)

14/11/2022

 Una obra portentosa

Aludiendo a la obra de Proust, se ha repetido hasta la saciedad que brotó de una taza de té, como si del genio de la lámpara de Aladino se tratara, hasta el punto de convertirse en un lugar común. Y, sin embargo, algo hay de cierto en esa boutade, como en todas.
Nacido en 1871 (el pasado año se conmemoró, con igual brillantez, el 150 aniversario de su nacimiento), Marcel Proust, hijo de un médico de gran reputación (como Flaubert) y de una dama judía de una extraordinaria cultura, vivió una infancia mimada desde el momento en que, a los nueve años, empezó a sufrir los primeros síntomas de un asma nervioso que va a condicionar toda su existencia y a exacerbar una sensibilidad ya de por sí excesiva. Sobresalió como alumno del lycée Condorcet, pero su posterior paso por la universidad fue irregular: abandonó la carrera de Derecho; estudió letras, se apasionó por las ideas de su pariente Bergson, y muy pronto se dio a conocer como un típico snob parisino, un diletante merced a la fortuna de sus padres. Desde muy joven, en efecto, se sintió atraído por la vida mundana de su época –final de la Belle Époque–, frecuentando los salones de la aristocracia y las playas normandas de moda. Su aparente frivolidad, sin embargo, ocultaba una vida interior extraordinariamente rica. Desde su juventud tiene muy claro que quiere escribir, pero pasan  los años y tan sólo es capaz de dar a la luz pequeños opúsculos como Les plaisirs et les jours, o traducciones de estetas, como la que realiza con su madre sobre el inglés Ruskin.
Su desesperanza crece a medida que ve cómo el tiempo, voraz, destruye su mundo y sus ilusiones, hasta que un día, en casa de una de sus tías en Cabourg, al servirle una taza de té acompañada con un típico bollo (la célebre magdalena), al mojarlo y posteriormente morderlo, el sabor de éste desencadena en su mente una brutal cascada de recuerdos y sensaciones que lo sumen en un incontenible gozo. Inmediatamente comprende que esta memoria profunda de las sensaciones (aromas, sabores, tacto), a diferencia de la memoria voluntaria, tan caprichosa y antojadiza, es capaz de vencer al tiempo y de revivir el pasado en todo su esplendor.
Para entonces, la muerte de su padre, en 1903, y la de su amada madre, en 1905, le han hecho enfermar. Es entonces cuando decide alejarse de su entorno mundano y enclaustrarse en su apartamento del bulevar Haussmann, donde, para no ser molestado y lograr esa calma absoluta que necesita para escribir, manda tapizar con corcho su habitación, y allí, confinado, pasa sus días escribiendo la Obra, su Obra, À la recherche du temps perdu, que, a fin de cuentas, será la historia de su época filtrada a través de su propia conciencia. Aquello fue toda una palingenesia. Durante años trabajó intensamente, en soledad, cuidado por la fiel Céleste, y recibiendo de cuando en cuando a su hermano y a unos cuantos fieles amigos.
Curiosamente (algo que hará, por ejemplo, Lampedusa, en El Gatopardo), Proust, escribió el principio y el final de la obra, Du Côté de chez Swann (primer volumen) y Le Temps retrouvé  (que, a la postre sería el séptimo), rellenando posteriormente el interior con su célebre À l´ombre des jeunes filles en fleurs (1919) reconocida con el premio Goncourt, lo que aseguró su lanzamiento, y con Le Côté de Guermantes (1920-1921), en perfecta contraposición con Du Côté de chez Swann. Vendrían a continuación Sodome et Gomorrhe, último volumen que Proust publicó en vida. Y, de manera póstuma, La Prisonnière  y Albertine disparue.
La unidad de este vasto conjunto queda asegurada por la presencia del Narrador y el retorno de los personajes. Es seguro que, de no haberse producido el fallecimiento de Proust, la obra habría ido creciendo hasta el infinito, refutando el argumento de Sterne en Tristram Shandy acerca de la imposibilidad de abarcar en un libro (o en cuarenta) la vida entera. De lo que sí tuvo plena constancia Proust fue de la obra o, mejor, de la escritura como salvación.

ARCHIVADO EN: Cote