Nicola Sturgeon se puso al frente de Escocia quizás en uno de los momentos más críticos para el independentismo: cuando, en 2014, el referéndum sobre la permanencia de la región en el Reino Unido se saldó con un inesperado no a la ruptura. Y ocho años después, la nacionalista se aparta de la política en otra de las situaciones más trascendentales para la autonomía, pendiente de poder celebrar una nueva consulta soberanista antes de acabar el año, siempre y cuando el Gobierno británico y la Justicia lo permitan -algo que se antoja inviable-.
En esta ocasión, el secesionismo atraviesa una de sus etapas más delicadas: apenas un 44 por ciento de los escoceses asegura estar a favor de romper con el Reino Unido -un porcentaje aún más bajo que el que rechazó en 2014 la salida-, la idea de Sturgeon de plantear las próximas elecciones autonómicas de mayo en un referéndum de facto sobre la independencia era rechazada por cerca de un 70 por ciento de la población de la región y la controvertida Ley Trans -que ha polarizado a los ciudadanos- acabó siendo tumbada por la Justicia británica. Un cúmulo de circunstancias que llevó a Sturgeon a dar un paso a un lado y dejar en manos de las nuevas generaciones un proceso cada vez más complicado.
Autodefinido como liberal socialdemócrata, en el SNP cohabitan varias alas: la más conservadora -que fue el origen de la formación-, la progresista -surgida tras el no en el referéndum de 2014- y la independentista más dura. Y hasta mañana, más de 100.000 afiliados deberán elegir por cada una de ellas, representadas en el cambio -hacia la derecha- de Kate Forbes, el continuismo de Humza Yousaf a las políticas de centroizquierda de Sturgeon o la incertidumbre que genera Ash Regan, para quien la secesión es una premisa indiscutible.
En cualquier caso, y sea cual sea el resultado que salga de estas primarias, el partido saldrá notablemente fragmentado. Principalmente, porque Angus Robertson, el sucesor natural de Sturgeon y que congregaba a militantes de todos los sectores, decidió dar un paso a un lado y dejar en manos de políticos de un peso bastante menor el poder de la actual formación gobernante. Y lo hizo en un momento complicado: en mayo se celebran elecciones al Parlamento de Edimburgo, en las que el SNP pretende, no solo revalidar su mayoría absoluta, sino constatar el apoyo a la ansiada independencia. Y, además, decidir qué hacer con la controvertida Ley Trans que ha dividido a la población y a unos secesionistas que dan ya casi por imposible la posibilidad de celebrar un referéndum a corto plazo. Al menos, de manera legal.